- ¿Domicilio?
-Calle XXXX, número YYYY
-¿Piso?
-Puerta única; Barcelona
-¿Código postal?
-00000
¿Quién no ha sostenido esta conversación un sin número de veces? Se diría que el domicilio nos identifica; nos emplaza, situándonos en una determina casilla. El domicilio nos encuadra.
Pero, ¿qué es el domicilio?
Domicilium, en latín (de dónde domicilio) es una palabra compuesta a partir del sustantivo domus y del verbo colere. Domus, contrariamente a lo que parece, no significa casa entendida como una construcción; en griego, domos sí se traduce por vivienda; domus, en cambio, designa a la "casa", es decir a la familia que mora en la casa (aedes). Domus son los moradores de una casa (una morada).
Domus, necesariamente, se distingue de domicilium. El rasgo propio lo marca el verbo colere. Éste significa cultivar y se aplica en primer lugar a los trabajos agrícolas: colere es cultivar la tierra. Inevitablemente, colere pronto se refiere a la manera cómo se cultiva, es decir al cuidado de la tierra y de todo lo que se halla sobre o en la tierra: los habitantes. Colere designa una acción que atiende a las necesidades de la tierra, que la preserva, que se ocupa de la vida que brota de aquélla, o que se halla instalada en ella. Colere, por fin, se traduce por habitar: la tierra, ahora, nos devuelve el favor y nos cuida, vela por nosotros; nos permite asentarnos y descansar. Hemos hallado un lugar donde estar.
El domicilio, por tanto, es un nombre colectivo que designa a los mortales que se cuidan los unos a los otros y cuidan el entorno que los acoge. Un domicilio no es un espacio indiferente o frío, sino acogedor. -existe, en francés, la palabra chez-soi, que traduce bien los valores y significados del domicilio: un espacio del que hemos obtenido el permiso para hacérnoslo nuestro:; chez-moi: conmigo mismo: un lugar donde meditar.
El que un domicilio sea una tierra de acogida es el fruto de la estrecha relación entre el hombre y el mundo, una parcela de mundo que el hombre ha hecho suya, habilitándola y predisponiéndola a protegernos. Una aedes (un edículo) es una construcción que poco o nada tiene que ver con nosotros. Un domicilio es un aedes en la que la vida se instala y anida. Por esto, un domicilio nos encuadra: nos sitúa en la tierra y dice no sólo dónde estamos sino quiénes somos; cómo nos comportamos; pues si tenemos un domicilio es que la tierra ha aceptado dejarnos un sitio; la tierra se ha plegado alrededor nuestro y nos envuelve; un domicilio es un espejo que revela como nos situamos ante y en el mundo. Este lugar no es para siempre. Precisamente la palabra domicilio denota que tenemos que estar atentos y velar por lo que vela por nosotros. El domicilio dibuja una relación equitativa entre el lugar y el lugareño. Ni el lugar fuerza a una vida no deseada, ni el lugareño puede explotar la tierra, sino que debe atenderla; atenciones que debemos renovar regularmente. Pues en cuanto sentimos desafección, el domicilio, lentamente nos relega y nos expulsa. De pronto, nos hemos vuelto unos extraños; perdemos las buenas relaciones con el lugar; sentimos indiferencia, el desorden y el descuido ganan terreno y gangrenan lugar, que acaba por ser nuestra tumba.
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