Fotos: Tocho, Salón del Tinell, Barcelona, abril 2021
La exposición recientemente inaugurada sobre cuatro obras del arquitecto Enric Miralles, fallecido a los cuarenta y cinco años hace veinte, es una de las cinco grandes muestras que la ciudad de Barcelona dedica al arquitecto con obras en diversos países europeos, algunas póstumas.
Su estudio sigue activo, dirigido por su esposa y socia, y mantiene el nombre.
La exposición plantea una interesante pregunta: ¿debe o puede una muestra adoptar el estilo de lo que expone? Se recuerdan exposiciones sobre arte faraónico con vitrinas en forma de pirámide, sobre Confucio con expositores pintados de rojo, o sobre el arquitecto modernista Jujol entre paredes azul eléctrico, un color directamente tomado de una de sus obras. ¿Son guiños o un intento de integrar las obras en un entorno que no desentone?
En la presente exposición, el autor de la muestra es el autor de lo que se muestra. La exposición se convierte en un nuevo proyecto del estudio, que sigue los modismos, las reconocibles maneras de hacer del mismo, su estilo.
Una exposición ofrece una mirada crítica sobre la obra expuesta. Ésta se integra en un circuito nuevo, junto a obras con las que no suele compartir espacio, para ofrecer una nueva mirada sobre aquéllas. El itinerario, sus pautas, las relaciones entre las obras, permiten que las obras se vean de nuevo, como nuevas, que cuenten lo que no suelen contar. La presentación de las obras no puede ser servil: la exposición está al servicio de las obras - y no al revés-, pero éstas son las protagonistas y se las invita a revelar aspectos que no suelen exponer, parecidos, diferencias, relaciones y rechazos que las obras mantienen entre sí.
Pero si la presentación es una obra, la obra se convierte en un apéndice o un ornamento. La obra ya no tiene que contar nada. Para esto, ya está la manera de exponerla. La obra puede callar, callar sus logros y sus fracasos, sus derrumbes y sus recuperaciones. La obra no es necesaria.
Pero si la obra se vuelve prescindible, la exposición se expone a sí misma. Es el triunfo de la manera de mostrarse, de exhibirse, de la apariencia. Seductora, maravillosamente ejecutada, envolvente, zalamera, como un envoltorio impecable. Una exposición que, paradójicamente, esconde más, bajo unas maneras fascinantes, que expone, que no corre el riego de exponerse.
Agradecimientos a Victoria Garriga y a Joan Roig sus esclarecedoras y generosas explicaciones.
Parece un gran desorden, muy cansado de ver, con muchas obra en papel apiñadas (muy bien enmarcadas, eso sí),y los embalajes por ahí exhibiéndose y mostrando sus "texto" para mayor cansancio visual y confusión. Divino
ResponderEliminarBuenos días
EliminarLa exposición en efecto no es tal, sino una gran instalación, una “obra” en sí misma, en la que o de la que los elementos, los proyectos que se tienen que exponer y ver, quedan subsumidos, engullidos por el montaje. Éste no está al servicio del material expuesto, sino que cobra tal protagonismo que no se ve nada más que él