El derribo de estatuas se da desde la noche de los tiempos. Acompaña, acelera o sustituye la caída de las figuras, mortales o inmortales, representados.
La estatua no es una mera imitación de un modelo, sino que posee sus características, sus valores, su "aura" -que puede incluso acrecentar. La estatua es más poderosa que un mortal. Las estatuas que no son echadas al suelo sobreviven a la desaparición de los seres a los que figuran. Por el contrario, sin el apoyo de las estatuas, que proclaman su omnipresencia, el rey queda desnudo.
La iconoclastia -o destrucción de los iconos o, más propiamente, de los ídolos- siempre señala el fin de una era. Lo que la identificaba acaba por el suelos, golpeado, fracturado, arrastrado. A su modelo no le queda sino esperar su inevitable, inapelable disolución. Yo no puede esperar merced alguna. La defensa que la estatua le brinda ha cesado.
La serie de dibujos, a partir de fotografías, del norteamericano Sam Durant, expuesta por vez primera hace año y medio, son un testimonio de la capacidad de las estatuas de suplantar a sus modelos, y de la fascinación y la provocación que aquéllas suscitan.
Sobre este artista, véase su página web.
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