Fotos : Tocho, Údine, septiembre de 2024
Los buenos arquitectos también tienen horas bajas, y suplen la inspiración con el recurso a fórmulas ya sabidas.
La tumba de Luciano Veritti, que Carlo Scarpa proyectó en 1951, sería una buena ilustración de una hora infeliz.
Ubicada en una zona del cementerio un tanto descuidado, en la periferia industrial de la ciudad Véneta de Údine, dedicada a los cenotafios y panteones familiares, la tumba de Veretti pasa casi desapercibida. Tal sea su mayor virtud.
El cubo de hormigón concentra todos los rasgos y los tics del arte de Scarpa: el contraste entre extensas superficies lisas, a menudo de hormigón, y la concentración, casi el retortijón, la acumulación en un punto dado de materiales suntuarios -oro, vidrio de Murano, mosaicos brillantes, metales pulidos-, que componen un volumen diminuto y barroco que concentra la luz y la atención, iluminando la voluntaria grisura circundante. Ningún cambio de plano, ninguna esquina queda libre de un recorte alambicado. Los materiales brillantes se encabalgan en unos pocos lugares. Cortes afilados en los muros, a menudo en lugares inverosímiles, dejan pasar láminas de luz deslumbrantes. La luz siempre se infiltra, nunca directamente sino reflejada por láminas de agua y superficies pulidas y brillantes. El lujo concentrado combina con el vacío; la disposición en diagonal de los principales elementos amplía el espacio que los envuelve. Las circunferencias, los óculos contrastan con las formas geométricas cuadradas; y los múltiples pliegues o esquinas escalonadas, como en un juego de papiroflexia, contribuyen a la concentración de la luz y la atención en lugares que hubieran pasado tristemente desatendidos. El arte del detalle que acumula todos los efectos, como una diminuta figura barroca, en una esquina de un paramento liso y limpio, personaliza la obra de Scarpa, casi siempre feliz y agudamente.
Todos estos recursos se encuentran en la tumba, carente, curiosamente -dado el tema, el saber hacer y el gusto de Scarpa- de alma, acrecentado posiblemente por un entorno desangelado, un museo de panteones alineados en un jardín descuidado.
La humedad que mácula el hormigón con negruzcas salpicaduras aumenta la tristeza que emana de esta tumba que comprende todo lo que debería poseer este tipo de monumento, sobre todo proyectado por Scarpa, pero que parece estar desubicado.
Los mosquitos voraces acaban por forzar la retirada de las decepcionadas almas más piadosas cabizbajas.
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