Fotos: Tocho, septiembre de 2024
Que un montaje de exposición permanente, como el montaje de Carlo Scarpa para la casa natal del escultor italiano neoclásico Canova, convertida en museo, no aparezca envejecido setenta años más tarde y no necesite reformas dice mucho sobre la adecuación a la obra, la calidad y sobriedad de las vitrinas, el juego con la luz natural -que el yeso, la arcilla y el mármol permiten- y la perfecta ubicación de las esculturas -esculturas abocetadas y estatuas concluidas- en el espacio expositivo.
Sin duda las vitrinas son de los años cincuenta. Es evidente. Y causan admiración. Así como el juego entre la blancura de las obras y de las paredes, barridas por zonas aún más luminosas gracias a las pocas aperturas ubicadas en lo alto de las esquinas de las salas que proyectan luz sobre las paredes que las reverberan sobre las estatuas.
Éstas ocupan todo el considerable volumen de las salas: se ubican a distintas altura, se apoyan en ménsulas, se disponen en peanas o se recogen en vitrinas que recuerdan a relicarios, unidas todas por el mismo color y la luz. Las esculturas se miran, se disponen formando un ángulo o se dan las espalda, independientemente de su tamaño. Se relacionan sin perder su individualidad al que el montaje y la iluminación refuerzan.
El público circula entre las obras con la extraña sensación de invadir un espacio sagrado.
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