Andrea Mantegna (1430-1506): Cristo con el alma de la Virgen, 1560-1564
Ferrara: Pinacoteca Nacional
Foto: Tocho, septiembre de 2024
La muerte de la virgen María no solo es la obra maestra de Mantegna sino también, seguramente, una de las obras maestras del museo del Prado en Madrid.
El cuadro parece completo. Una composición unitaria, perfectamente organizada. Representa a unos apóstoles inclinándose sobre el lecho mortuoria de la virgen. Otros, de pie, apesadumbrados, sostienen velas encendidas. Son éstas casi lo único verdaderamente viviente en la escena, salvo por la vista del fondo, encuadrada por una amplia ventana, paralela al plano del cuadro, contra la que se dispone el lecho.
Se distingue nítidamente una luminosa ciudad portuaria amurallada, sin duda de la región del Veneto.
Toda y la escena funeraria, el cuadro exuda luz y silencio. Los testigos compungidos se lamentan interiormente, cada uno encerrado en su mutismo.
No pensaba que el cuadro estuviera incompleto.
Sin embargo, se trata de una obra devocionaria: un retablo de una capilla.
Sobre el célebre cuadro se disponía una obra de pequeñas dimensiones. Ésta no viajó a Madrid.
El cuadrito que corona la composición representa a Cristo, ya resucitado acogiendo el alma de su madre, aureolado por un collar de ángeles pintados de rojo.
La figuración del alma, por definición invisible, es un tema iconográfico complejo. La imagen debe ser visible; necesariamente material, todo y que debe evocar la inmaterialidad de la figura.
Por otra parte, ¿qué forma posee el alma, o con qué forma visualizarla?
El problema plástico no es propio del arte cristiano. Diversas culturas se han enfrentado a la visualización de lo invisible, evocando, a través de una forma plástica, la ausencia de forma y de materia.
Las almas cristianas han sólido ser representadas como niños recién nacidos, envueltos en telas que difuminan las formas.
Mantegna, en cambio, recurrió a una formalización clásica, greco-latina, que también se dio en el arte egipcio. El alma es un doble en miniatura del difunto. Dicha figura se representa erguida. La imagen no se distingue de la representación de una estatua.
Las estatuas son imágenes. En este y otros casos, se recurre a una imagen para representar a la antítesis de una imagen: a una esencia, un alma, ya liberada del cuerpo.
Las imágenes son y no son dobles. Representan a un ser, pero también lo sustituyen. Por eso, el trato que las imágenes merecen es complejo. No deben ser adoradas, porque no son seres (sobrenaturales, en este caso). No son lo que parecen.
Pero tampoco deben ser ninguneadas o despreciadas, porque gracias a éstas nos hacemos una “idea” de quién es la persona cuyo retrato contemplamos. La imagen es y no es lo que muestra.
En el caso presente, el alma se asemeja -o es- una estatua. Una talla. Es decir la imagen pintada es una imagen de una imagen: una representación de una imagen de un ser (la virgen María). Dicho ser es incorporeo. Pero requiere ser corporeizado para ser reconocible. Y dicho cuerpo no puede ser percibido como un disfraz, sino que debe trasmitir lo que constituye el fundamento de este ser: su alma. Es un alma figurada a través de la imagen de una imagen.
Una imagen de una imagen: tal es la definición del arte representativo, según Platón. Una modalidad sensible que debe ser condenada, porque no puede ser capaz de reflejar el ser -la idea, la forma ideal, inmaterial- que constituye y da sentido a la figura retratada.
Por el contrario, para Mantegna, una imagen de una imagen traduce bien lo que es invisible. Mientras que para Platón, la imagen de la imagen solo evoca la nada, el vacío, la sustancia, para Mantegna, en cambio, la imagen de la imagen simboliza la plenitud.
Solo lo que puede ser representado posee entidad. Lo invisible sin una proyección tangible no es concebible y, por tanto, no existe.
La imagen redime la realidad. Dota a ésta de alma. Un alma que la imagen, es decir la representación plástica, concede.
Sin imágenes, la realidad sería desalmada. La inhumanidad, que la guerra causa, requiere la existencia de la imagen para escapar a la insustancialidad. La imagen es el fundamento del ser.
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