Hacemos algo, tomamos una decisión de lo que nos avergonzamos. Hemos actuado forzados, movidos por la ira, el despecho o el entusiasmo, pero sin pensar, movidos por un impulso súbito, y no hemos medido las consecuencias. El gesto o la palabra han sido imprudentes, o dañinos. Y nos arrepentimos, tras tener un mal sabor de boca por nuestro error, consciente o no. Un sabor amargo que nos invade y nos deja en mal lugar.
Un mal sabor: un sabor descalificado desde el punto de vista ético; nos hace daño y daña nuestro entorno, nuestras relaciones. Nos envenena, envenena éstas. La acritud nos corroe.
El daño cometido deja una huella sensible. La percibimos. Destaca que hemos mordido o ingerido lo que no hubiéramos tenido ni siquiera que probar. Nuestra propia vida podría haber quedado afectada por la acidez que nos ahoga.
Podríamos escupir para liberarnos de este veneno que nos hemos creado. Un veneno del que no podremos librarnos fácilmente. El mal está hecho, y el daño es imborrable. No se puede dar marcha atrás. Como si arrastráramos una pesada bolsa y una cadena, avanzaremos desde entonces con dificultad, bajo el peso de la culpa.
La ética, el bien y el mal, lo que nos colma y llena de gozo a los demás, y lo que nos corroe y avergüenza, y rompe nuestras relaciones, se percibe con el gusto.
El sentido del gusto, por el gusto o el disgusto que sentimos, nos da la medidas de la pertinencia o impertinencia de nuestras acciones.
Lejos de ser un sentido inferior, comparado con la vista o el oído, el gusto nos hace “sentir” físicamente las consecuencias de nuestra decisiones, dejándonos con un sabor de boca del que no logramos librarnos. El mal gusto que exhibimos cuando operamos a conciencia dañinamente es literalmente un sabor ácido o repugnante que nos corta la respiración y nos impide comer o beber. Al igual que un veneno ingerido voluntariamente o no, el daño está hecho. Solo cabe asumir y cargas con las consecuencias. Quizá mortales, como la acidez que nos embarga, y causa dolores insoportables nos hace sentir.
El gusto no es un sentido menor: es lo que, en fin, nos permite calibrar la dulzura o la corrosión que nuestras palabras o nuestras acciones causan, dando frutos, o provocando la aridez definitiva alrededor nuestro. Sin gusto solo podemos actuar a ciegas. Sin gusto no existe ni puede existir la red de relaciones que nos mantiene en vida, que nos conecta con el mundo.
PS: el museo Picasso de Barcelona , bajo la dirección de una de las mejores teóricas de las artes actuales en España, la profesora Jéssica Jaques (UAB, Barcelona), organiza, en diciembre, un congreso sobre la facultad del gusto, sobre la que la profesora Jaques lleva años investigando.
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