Aunque la diosa Peito (la Persuasión) era un concepto personalizado,
divinizado, cuya estatua presidía el ágora de Corinto -donde, como en toda
ciudad portuaria, todo se negociaba-, tenía una cierta historia.
Pertenecía, lógicamente, al séquito de la diosa Afrodita: las palabras zalameras de
Peito, junto con el encanto y los ardides de la diosa Afrodita, eran necesarios
para vencer la resistencia de los oponentes y los compradores, para
convencerlos (Afrodita era, según un Himno órfico, “fuente de Persuasión,
secreta, favorable reina, bien nacida, visible e invisible”). Su padre era
Prometeo: la divinidad que modeló, formó, educó a los seres humanos, enseñándoles
a vivir en comunidad. Sus hermanas, las diosas Tiqué (la buena Fortuna de la
ciudad) y Eunomía (la Ley Justa urbana), que también eran conceptos
personificados, ligados a la vida en armonía en la urbe. Foroneo era su esposo
- lo cual era lógico siendo Prometeo su padre-: aquella figura sí era un héroe
con una compleja historia. Se trataba del primer ser humano, que enseñó a sus
semejantes a vivir pacíficamente en una ciudad: les trajo la ley, el arte de
edificar y el fuego sagrado que simbolizaba el espíritu de la urbe. Peito, así,
simbolizaba el poder encantador de la palabra pública, pregonada en el ágora, gracias
a la cual que regía la ciudad y se desactivaban los conflictos violentos. Peito
era lo que dotaba a la palabra, humana y divina, de poder.
miércoles, 7 de agosto de 2013
Peito (la Persuasión) y la ciudad en la Grecia antigua
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