miércoles, 7 de agosto de 2013

Peito (la Persuasión) y la ciudad en la Grecia antigua





Aunque la diosa Peito (la Persuasión) era un concepto personalizado, divinizado, cuya estatua presidía el ágora de Corinto -donde, como en toda ciudad portuaria, todo se negociaba-, tenía una cierta historia. Pertenecía, lógicamente, al séquito de la diosa Afrodita: las palabras zalameras de Peito, junto con el encanto y los ardides de la diosa Afrodita, eran necesarios para vencer la resistencia de los oponentes y los compradores, para convencerlos (Afrodita era, según un Himno órfico, “fuente de Persuasión, secreta, favorable reina, bien nacida, visible e invisible”). Su padre era Prometeo: la divinidad que modeló, formó, educó a los seres humanos, enseñándoles a vivir en comunidad. Sus hermanas, las diosas Tiqué (la buena Fortuna de la ciudad) y Eunomía (la Ley Justa urbana), que también eran conceptos personificados, ligados a la vida en armonía en la urbe. Foroneo era su esposo - lo cual era lógico siendo Prometeo su padre-: aquella figura sí era un héroe con una compleja historia. Se trataba del primer ser humano, que enseñó a sus semejantes a vivir pacíficamente en una ciudad: les trajo la ley, el arte de edificar y el fuego sagrado que simbolizaba el espíritu de la urbe. Peito, así, simbolizaba el poder encantador de la palabra pública, pregonada en el ágora, gracias a la cual que regía la ciudad y se desactivaban los conflictos violentos. Peito era lo que dotaba a la palabra, humana y divina, de poder.


No hay comentarios:

Publicar un comentario