Verano; calor; islas mediterráneas; lecturas, breves y claras, ligeras, veraniegas: por ejemplo, la carta-encíclica del obispo Severo.
Éranse dos ciudades en la isla de Menorca: Iammona (Ciudadela) y Magona (Mahón). Estamos a finales del imperio romano de Occidente, a principios del siglo V. La isla es segura, pero la península ibérica está asolada por los vándalos. Unos sesenta años más tarde caería Roma.
Magona estaba habitada mayoritariamente por judíos; Iammona, por cristianos. Aunque los judíos, en esta época, podían alcanzar ciertos cargos públicos de importancia en el imperio romano cristianizado, lo cierto era que Magona era vista como una mujer viuda, sabia, mayor que había perdido atractivos, mientras que Iammona era una novia engalanada. La lluvia era dulce, sabía a miel, en esta ciudad; era como el maná caído en el desierto. No hace precisar a qué olía Magona. Los judíos eran aceptados en Iammona, pero epidemias se desataban cuando llegaban; mientras Iammona acogía solo a animales domésticos, víboras y escorpiones eran habituales en Magona, donde granizaba, mientras que en Iammona el sol lucía como una esfera de oro sobre la iglesia.
Lejos, en los confines del imperio, en Jerusalén, había acontecido el segundo mayor descubrimiento de la cristiandad, tras el hallazgo de la santa cruz: las reliquias del primer mártir, san Esteban. El presbítero Orosio las guardó y las trajo por mar hacia Hispania, mas una tormenta y la inseguridad en la península había aconsejado que se depositaran en Menorca; en concreto, en Magona.
En cuanto los cristianos de Iamonna supieron del destino final de las santas reliquias, partieron prontamente y atravesaron la isla. Durante ocho días, se desató una guerra civil. La sinagoga fue derribada hasta los cimientos, y sobre ésta fue edificada una basílica. Los primeros judíos fueron apresados. Mas, las conversiones masivas, alentadas por el obispo Severo, que narró en una célebre cata-encíclica la historia, pusieron fin a lo que podía haber acabado con na masacre. Nadie murió. La conversión de los judíos de Menorca anunciaba la conversión de los israelitas, y la llegada a la Tierra Prometida.
Pero el carácter tan distinto de Magona y Iammona no se disipó. Por eso, Mahón se escuda tras persianas de librillo verde oscuras, siempre cerradas o entreabiertas, como ojos rajados suspicaces, mientras Ciudadela se abre alegremente a la mar.
El verano despierta esas extrañas historias.
Calor.
El texto de Severo se halla en latín, español, catalán e inglés.
Véase: http://www.larramendi.es/i18n/catalogo_imagenes/grupo.cmd?path=1000158
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Desde luego,es toda una historia.De todas formas,aunque parece que Severo insiste que no hubo muertos,me extrañaría mucho.No sé si la conversión masiva de judíos tendría más que ver con el incendio de la sinagoga que con el globo resplandeciente y el granizo con sabor a miel..
ResponderEliminarSi hoy nos matamos sin contemplaciones, me imagino que en el siglo V, éstas debían ser aun menos, así que es muy posible que, en efecto, algún cadáver haya quedado en la cuneta.
ResponderEliminarLa destrucción de la sinagoga -si es cierto lo que Severo cuenta, mas la mayoria de los estudiosos consideran que la carta es auténtica y escrita a principios del s. V-, sin duda, fue una poderosa razón para la conversión, aunque quizá el alcance de ésta no haya sido tanto como lo que Severo narra.
Claro;no sé cómo se habrían llevado hasta el momento las dos comunidades pero estaban claras las intenciones que empezaban a tener muchos de los dirigentes cristianos en aquellos tiempos .
ResponderEliminarTiene razón;seguramente también que se magnificara el número de convertidos ;imagino que por motivos de propaganda
Al parecer las dos comunidades se llevaron bien al principio. Los judíos, por otra parte, distinguían bien lo que pertenecía al César y no veían inconveniente en alabarlo.
ResponderEliminarDurante el primer siglo, las relaciones fueron incluso excelentes ya que los cristianos no formaban parte de ninguna nueva comunidad sino de una secta judía.
Supongo que, en efecto, las conversiones fueron magnificadas, aunque supongo que las prácticas judías, en comunidades tan pequeñas, tuvieron que proseguir en secreto. La distancia entre Mahon y Ciudadela era importante, por lo que cada aglomeración vivía vuelta sobre sí misma