El vocabulario artístico francés presenta una peculiaridad: la existencia de un verbo y de un sustantivo, pertenecientes a una misma familia de términos, que significan o denotan, sin embargo, cosas o realidades muy distintas.
Tracer, en francés, equivale al español trazar. Es un sinónimo de dessiner (dibujar). Nombra una actividad, manual habitualmente, consistente en la delineación sobre un soporte bi- o tridimensional, cuyo resultado son figuras, reconocibles o no -es decir, referidas a entes o seres , reales o no, fácilmente identificables, independiente del grado de parecido que mantenga el dibujo con el modelo real o supuesto-, o un conjunto armónico o no de rayas.
Pero el sustantivo trace (traza) no el el resultado del acto de trazar. O, más precisamente, la traza no ha sido efectuada por la mano de quien traza, salvo que dicha mano sea tanto causa como consecuencia, sujeto y objeto a la vez. Desde luego, una trace -palabra o concepto sobre la que ha escrito profusa y abstrusamente el filósofo francés Jacques Derrida- es una marca visible, aunque no siempre salte a los ojos. Dicha huella ha sido producida por la presencia de un ente o un ser. Ente o ser que ya no está; que estaba de paso; que pertenece al pasado. Su pretérita presencia puede ser comprobada mediante las trazas que, voluntaria o involuntariamente, ha dejado inscritas. Éste es la razón por la cual Cristo quizá imprimir su rostro en el velo de La verónica, cuando ascendía penosamente al Calvario. Su próxima muerte -y su posterior ascensión- lo llevaría a desaparecer de la vista -y a la vista- de los hombres asistentes a su condena y su apoteosis final. Por tanto, el recuerdo de su paso por la tierra desaparecería tras la muerte de los testigos -a menos que sus recuerdos perduren bajo la forma de relatos escritos u orales, cuya veracidad siempre podrá ser cuestionada -los testigos podrían haber sido víctimas de una alucinación o podrían haber mentido-, o bajo forma de pruebas directas dejadas por el propio Hijo de Dios, sin que interviniese ningún ser humano que pudiera adulterar las pruebas. Una traza es, así, una prueba. Remite a un hecho real. Pero no siempre nos conduce a quien ha dejado este testimonio. Pese a la existencia que huellas petrificadas, nunca alcanzaremos a los homínidos que las imprimieron en un suelo húmedo hace centenares de miles o millones de años. Las huellas, no obstante constatan su paso. son documentos que certifican que algo o alguien ocurrió o se manifestó, que estuvo allí. La traza, entonces, registra una pérdida. Si el entre o el ser aun estuviera allí, quieto, presente ante nosotros, no necesitaríamos ningún testimonio para creer en su presencia, testimonio que, de todos modos, sería invisible, pues las huellas son visibles cuando lo que o quien las ha producido se ha retirado, siquiera unos pocos metros. Pero, en todo caso, ya no está allí. Allí ya no hay nada o nadie. Tan solo el recuerdo de lo que estuvo o fue.
La palabra española traza tiene un abanico de significados más amplio que el francés trace que traduce. Si trace denota lo que no está, traza también tiene este poder, pero significa igualmente lo mismo que trazo: una línea que tiene la capacidad de fijar una presencia. Un trazo inmoviliza. Un retrato congela unos rasgos. Pese a que el retrato sea la suma de un gran número de expresiones, el resultado es una imagen fija -o, en el caso de las imágenes en movimiento, de unas determinadas expresiones y movimientos de una cierta duración, duración que no siempre coincide con la vida, con la presencia del ente o el ser cuya imagen se reproduce. Así como la trace implica, requiere la desaparición del modelo para ser vista y efectiva, para tener sentido, la traza puede cohabitar con el modelo.
Sin embargo, un trazo también puede ser el testimonio de un acto o hecho pasado. Un trazo registra el movimiento de una mano o un cuerpo. Atestigua que algo o alguien se desplazó, voluntaria o involuntariamente, produciendo una líneas que remiten tanto al modelo sugerido o representado -que puede estar presente junto al conjunto de trazos- cuando al agente que las trazó -y que ya no están o no actúan-, un agente en reposo, retirado o desaparecido. Estos gestos, esos trazos, en el aire o en un soporte que registra el movimiento, el desplazamiento, coreografiado o no, de la mano -o del cuerpo- pueden no tener otra finalidad más que ser trazados o pueden invocar a un entre o un ser cuya figura trazan en el aire o en un soporte material -si bien dicho soporte puede no retener el trazo, si éste se efectúa, por ejemplo, con agua. El trazo es pues una evocación de lo estuvo -si ya no está- y una invocación: una apelación a que algo o alguien acontezca, se manifiesta. Un trazo es un conjuro: el resultado de unos gestos que apelan a la presentación, a la manifestación visible o sensible de un ente o un ser.
La trace remite irremediablemente al pasado: documento lo que fue, lo que estuvo. Y trata de mantener una ilusión de realidad. El trazo, por el contrario, apela al futuro. Invoca a un ente o un ser a presentarse, a materializarse, acudiendo del futuro hacia el presente. El trazo es el fruto de un gesto mágico que trata de captar o de cazar lo que será a fin de que sea aquí y ahora.
trazos y trazas puede cohabitar. pero remiten a realidades distintas. Las trazas guardan las huellas de una actividad (la mano deslizándose por el papel, por ejemplo), los trazos, en cambio, remiten al gesto pero también a lo que este gesto significa: a su apelación, a su deseo de alcanzar una realidad y traerla a la tierra, aquí y ahora. Un trazo siempre es una promesa de algo que quizá tenga lugar -en todos los sentidos de la palabra: se encarne aquí, en este preciso lugar que el soporte acote-. La traza, en cambio, persigue un fantasma. Trata de alcanzar lo que no supo ver, de recuperar lo que los trazos manifestaron y se perdieron. La traza es un trazo borrado por el tiempo.
sábado, 21 de abril de 2018
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