Agradecimientos a Anne-Marie Hickey.
Todos los cultos, independientemente de culturas y creencias, laicos y religiosos, incluyen el recitado de memoria de mantras. Éstos se componen con una serie de palabras que actúan como un abracadabra: facilitan y refuerzan creencias, y unen a los miembros de una comunidad, evitando los peligros de las desviaciones, las herejías y el libre pensamiento: una, grande y libre; uno y trino; patria, lengua, proceso… Se enuncian sin pensar y con fe. Libran también de hacerse preguntas. Y vencen cualquier reticencia. Quieren mantienen la boca cerrada quedan de inmediato excluidos, cuando no se les persigue. Todos tenemos que cantar al unísono y a pleno pulmón.
Cada época posee sus mantras. La lectura de las palabras que aparecen reiteradas veces enseguida permite saber en qué época se pronunciaban.
Un mantra es una clave que abre un mundo ilusorio o de ilusiones.
Los arquitectos también tenemos nuestras palabras mágicas, que tienen que acompañar a los proyectos: Sostenibilidad, diversidad, inclusión, renovable, “well-being”, evocan de inmediato el paraíso. Y envuelven los proyectos más variopintos.
En Londres, éstos días, está retahíla de palabras mágicas se despliega en las vallas que rodean un edificio en construcción, coronado por un jardín (privado).
Alegra que la gigantesca sede europea de Google, del estudio BIG, formada por un mastodonte de vidrio, un auténtico acantilado de hierro y cristal negro que avanza amenazadoramente como una lengua de lava, esté precedido por el mantra antes enunciado, plasmado por paneles de colores y tipografías infantiles, que abraza el edificio como un lazo sedoso.
También sorprende.
Estamos en 2023.
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