Por el cinco de enero,
cada enero ponía
mi calzado cabrero
a la ventana fría.
Y encontraban los días, que derriban las puertas, mis abarcas vacías, mis abarcas desiertas.
Nunca tuve zapatos,
ni trajes, ni palabras:
siempre tuve regatos, siempre penas y cabras.
Me vistió la pobreza,
me lamió el cuerpo el río, y del pie a la cabeza pasto fui del rocío.
Por el cinco de enero,
para el seis, yo quería
que fuera el mundo entero una juguetería.
Y al andar la alborada
removiendo las huertas,
mis abarcas sin nada,
mis abarcas desiertas.
Ningún rey coronado
tuvo pie, tuvo gana
para ver el calzado
de mi pobre ventana.
Toda gente de trono,
toda gente de botas
se rió con encono
de mis abarcas rotas.
Rabié de llanto, hasta
cubrir de sal mi piel,
por un mundo de pasta
y unos hombres de miel.
Por el cinco de enero,
de la majada mía
mi calzado cabrero
a la escarcha salía.
Y hacia el seis, mis miradas
hallaban en sus puertas
mis abarcas heladas,
mis abarcas desiertas.
Miguel Hernández. Poema publicado en el semanario ¡Ayuda! Semanario de la Solidaridad, núm. 36, 2 de enero de 1937.
Agradecimientos a Pedro Martínez-Avial por el envío del poema.
Fotos y comunicación de las fotos de la ventana de la ciudad valenciana de Alboraya en la que está inscrito el poema (Miguel Hernández era valenciano): Helena Tatay, a quien agradezco este envío y la información que la acompaña.
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