Fotos: Tocho, octubre de 2021
La Torre de Babel puede tener siniestras resonancias: tal es el nombre con el que se conocía el campo de concentración de Rivesaltes, cabe la ciudad de Perpignan, en el sur de Francia.
Construido, inicialmente, como un campamento militar para los “indígenas” del ejército colonial francés, en 1939, poco antes de la Segunda Guerra Mundial, fue transformado en un campo para los refugiados republicanos españoles, tras el final de la Guerra Civil española, a partir de 1941. Pronto, una parte del campo de convirtió en un campo de internamiento, y de concentración para judíos, gitanos, comunistas, resistentes y extranjeros. El campamento era una estación de paso hacia otros campamentos, de exterminio, como Auschwitz, para judíos y gitanos apresados y entregados al gobierno nazi alemán, por orden del gobierno colaboracionista francés del general Petain. La cercanía de una línea de tren permitía el traslado de presos a Alemania.
Liberado al igual que el sur de Francia en 1944, se utilizó para encarcelar a quienes habían colaborado con el ejército nazi. Los últimos exiliados Republicanos españoles fueron autorizados a partir en 1948. El campamento volvió a pertenecer al ejército francés hasta que a principios de los años 60, volvió a utilizarse como campamento de refugiados y de internamiento para los huidos de la guerra de Argelia, en particular los funcionarios argelinos de la administración colonial francesa, amenazados de muerte por los argelinos, tras la liberación de Argelia, y rechazados por el gobierno francés. Los últimos exiliados argelinos pudieron salir en 1965. La función militar del campamento se alternó con la de campamento de internamiento hasta 2007 cuando cesó de albergar inmigrantes “ilegales”.
La penosa condición de las instalaciones, a base de construcciones de bloques de hormigón, sin vidrios en las ventanas ni protección contra las temperaturas extremas en invierno y en verano, y condiciones sanitarias precarias, llevó a ordenar la destrucción del campamento, salvado por asociaciones y convertido hoy en un memorial, en cuyo centro, entre trincheras, bajo el nivel del suelo, se incrusta un gigantesco búnker de hormigón, sin acceso visible, que alberga un museo. Se accede por estrechas rampas que se adentran en la tierra entre barrotes de hierro oxidado, que desembocan en estancias que alternan oscuridad y claridad deslumbrante gracias a un gran patio, a las que se entra por estrechos y larguísimos pasadizos que parecen llevar a ninguna parte. La sala central acoge una demoledora exposición sobre la historia de uno de los campamentos de concentración que el gobierno colaboracionista construyó en el sur de Francia, que se ha preservado. El viento barre entre los barracones dispuestos como nichos en un inmenso campo baldío, en su momento embarrado a menudo, infestado de pulgas, piojos y ratas, en la que se apretujaban, sin apenas comida y con toda clase de enfermedades contagiosas, miles de presos y de condenados al exterminio.
El memorial, obra del arquitecto francés Riccioti es posiblemente uno de los mejores y más sobrecogedores museos europeos, una losa de hormigón en la que no se descubre ni cómo entrar y menos escapar.
https://www.memorialcamprivesaltes.eu/
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