miércoles, 27 de agosto de 2025

Cristo en el monte Carmelo: FRANCESC FONOLLÁ JOVER (1948-2017): CASAS VERDES (Barcelona, 1976)



Barrio del padre Alegre o de Can Baró




















Fotos: Tocho, agosto de 2025: el barrio de Can Baró, hoy


Las devastadoras inundaciones de 1962 anegaron el barrio de chabolas del Somorrostro, en la playa de la Barceloneta (Barcelona).

Los supervivientes huyeron a la colina del monte Carmelo y se instalaron en el barrio de barracas del padre Alegre (un sacerdote que fundó el cercano hospicio religioso del Cottolengo para huérfanos). Se le conocía también como el barrio de las chabolas de Can Baró (un nombre nobiliario, de una familia aristocrática, que se remonta a la alta Edad Media, quizá hasta finales del imperio romano, en el siglo V, muy alejado de lo que se convirtió la propiedad). 

El barrio se extendía por las laderas más empinadas y rocosas del monte por el que zigzagueaba el camino -hoy carretera- del Carmelo, bajo una curva en horquilla, seguramente la más cerrada de todas las calles de pronunciada pendiente, vetadas al tráfico, de la ciudad. Este barrio, sin ningún servicio, ni calles accesibles, atravesadas por alcantarillas a cielo abierto, se extendía, en zonas por laderas imposibles, hasta el vertiginoso precipicio de una cantera -hoy un aparcamiento, cerca del cual se extiende  una pasarela colgante -el puente de madera, peatonal, de Muhlberg, no apto para personas con vértigo-, que sortea una abrupta falla en la ladera, un corte vertical intransitable. Las barracas, colgadas del vacío, con cubiertas de Uralita, se apoyaban unas sobre otras, como en unas terrazas inexistentes. 

El barrio fue sustituido en la segunda mitad de los años setenta del siglo pasado por un conjunto de altos bloques, construidos en lo alto de una pendiente tal que calle alguna ha podido trazarse, y que solo se recorre por escaleras de vértigo y rampas en zigzag. Los bloques de protección oficial, con pisos duplex, se dispusieron alrededor de dos plazas de irregular perfil, unidas por rampas y escaleras. 

La plaza más recoleta, a un lado, está presidida, a petición de los habitantes, por una talla de un Pantocrator, de pie, con una mano apuntando al cielo en un gesto de bendición. La talla, hoy en una urna, se dispuso sobre una peana apoyada en un promontorio rocoso que sobresale del enlosado: un eco de lo que fue el barrio, y un recuerdo del bíblico monte Carmelo, donde acontecerá el final de los tiempos. 

Las casas, que los vecinos quisieron que se pintaran de verde, y las plazas, maltrechas y descuidadas, se están rehabilitando al fin. Las obras no han concluido. 

Son un singular ejemplo de encuentro entre un pueblo -alrededor de una plazoleta presidida por una figura sagrada- del que el tráfico está excluido -la orografía, por otra parte, imposibilita su paso- y una urbe, ejemplificada por torres de pisos.


Agradecimientos a Xavier Justes, vecino cercano, por la información sobre este conjunto y su historia. Los errores o imprecisiones son solo importables al blog.


 

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