sábado, 16 de agosto de 2025

“Like”

 Habiendo sabido que en el lejano occidente existían pintores capaces de duplicar la realidad, el emperador chino mandó que del lejano occidente  trajeran uno de esos artistas de inmediato. 

Apenas el pintor veneciano, meses más tarde, llegó a la corte celestial, el hijo del cielo le ordenó retratar a la emperatriz. Ningún pintor chino había logrado reproducir la belleza de su rostro.

El pinto explicó que la emperatriz debería posar ante él durante largas horas a lo largo de días, pero concluyó que el emperador quedaría satisfecho. 

Durante semanas el emperador fue preguntando por la evolución del retrato. Pero se abstuvo de penetrar en el estudio que se había habilitado para la ocasión.

Llegó el dia.

La corte se ufanó en llegar a tiempo en la sala del trono en la que, cubierto por una tela que lo ocultaba, un caballete presidía la estancia. 

A petición del emperador, el pintor descorrió la tela. Arrestad y ejecutad al pintor, ordenó el emperador, antes la estupefacción y el horror del artista, quien suplicó el emperador le dijera qué no le gustaba, en qué se había equivocado, para corregir de inmediato el error.

No era un error, respondió secamente el hijo del cielo, sino un atentado intencionado. Había desfigurado a la emperatriz.

El pintor y sus asistentes italianos no daban crédito. No entendían a qué se refería el emperador del Reino Celestial. Era la obra maestra del pintor. El retrato parecía a punto de cobrar vida.

Antes de salir de la sala del trono y que el pintor fuera decapitado, el emperador señaló unas manchas oscuras en el retrato. ¿Así que considerada que la cara de la emperatriz estaba ensombrecida?  

Antes de morir el pintor entendió, demasiado tarde, que el emperador creía en la capacidad de la pintura de reproducir todos los rasgos, por mínimos o escasamente visibles que fueran, por lo que la mancha oscura, que era la sombra que la nariz vertía en la mejilla, no era la representación de algo impalpable y transitorio, sino la representación de una mancha realmente existente, lo que indicaba que el pintor encontraba que el rostro de la emperatriz estaba afeado por una mancha que nadie había visto o que nadie se había atrevido a señalar, poniendo así en evidencia a la emperatriz, y al emperador, un iluso.

El pintor podría haber sido Lorenzo Lotto. Había fracasado como retratista en Venecia. Lotto era incapaz de embellecer a sus figuras. Sus retratos eran fieles a la apariencia de las personas que le encargaban un retrato. A nadie le gustaba verse como era. Lotto tuvo que abandonar la profesión. Cayó en el olvido hasta el siglo XX.

Los retratos renacentistas escondían las imperfecciones de la cara, del cuerpo. Sabemos las dificultades de Piero della Francesca ante el encargo de un retrato del duque de Urbino con una parte del rostro desfigurado. El retrato no muestra al duque de frente, sino de perfil, el perfil agraciado. Un truco que el cantante Julio Iglesias exigió que se utilizara en sus retratos fotográficos.

La pintura y la fotografía son las artes de la ilusión. Mejoran la realidad, esconden las imperfecciones. Crean un mundo ilusorio. Es lo que esperamos que hagan. Bien sabemos que lo que muestran no es lo que veríamos si estuviéremos ante la realidad. Crean un mundo otro, al que, como Alicia, o como Dorothy, querríamos acceder y penetrar  -y escapar a tiempo ante del despertar. La realidad es lo que nos acoge. La ficción, detrás del espejo, solo revela que fascina desde fuera. Por dentro es inconsecuente. Aunque no dejemos de soñar de vivir en un cuento, una vida de cuento. La percepción lúcida de las necesarias diferencias entre el suelo y la vigilia, la realidad y la ficción, es lo que nos define como humanos. Tenemos sueños, pero sabemos que tienen que permanecer como sueños -para seguir haciéndonos soñar.

Hoy la virtud del arte del retrato ha devenido una enfermedad. Recibe el enigmático y vagamente inquietante nombre de “trastorno de dismorfia corporal”, nada más y menos. Una enfermedad fruto de la incapacidad de aceptar la imagen que la fotografía (la horrorosa y cursi palabra de “selfie”) transmite, lo que obliga a recurrir a filtros y aplicaciones de móviles para “mejorar” la imagen hasta que coincida con la imagen que querríamos tener y transmitir.  Querríamos ser la imagen que la fotografía ofrece, sin ser conscientes que la función de la imagen es poner buena cara ante la adversidad, que no somos una insgen.

La función de la imagen mimética, producir una ilusión de la realidad creando un universo fantástico que entusiasma todo y que sabemos que es irreal -y tiene que permanecer en el universo de la ficción- hoy convertida en un síndrome, y nuestro lógico y esperable disgusto ante la imagen espejada de la realidad -como bien sabía la madrastra de Blancanieves-,  percibido como una enfermedad, tema de análisis o de preocupación. Se diría que el disgusto ante una imagen realista es nuevo y problemático, cuando siempre ha existido, sin mayores complicaciones ni implicaciones -salvo para Lotto y el pintor italiano en la corte celestial. 

Algo va mal en nuestra sociedad: el desconocimiento de la historia, en tiempos del eterno presente.








No hay comentarios:

Publicar un comentario