Los edificios, los comercios, las calles, los barrios, las ciudades, los entornos cambian sin remedio y para siempre.
Una mudanza, que conlleva un cambio de hogar, de barrio o de ciudad acarrea inevitablemente nuevas costumbres en un nuevo entorno.
Una vuelta ocasional, obligada, por casualidad o por placer, al entorno en que vivimos durante años o media vida, desconcierta. Nada está en su sitio, en ningún sitio. Teles son los cambios que se han producido. Comercios que desaparecen o son sustituidos por otros que poco o nada tienen que ver, edificios derribados cuyos solares ocupen nuevas construcciones; los cambios pueden ser leves, pero afectan a los referentes que guiaban sin que nos diéramos cuenta. Sabíamos, sin ser conscientes, que un determinado elemento aún lejano pero ya a la vista, un portal, un árbol, un banco, un quiosco, un anuncio luminoso, nos indicaba, lo percibiéramos o no, que estábamos en territorio conocido, cerca de casa.
Solemos lamentar los cambios, que solemos considerar como unas pérdidas, la desaparición de referentes visuales. Añoramos lo que conocíamos. Miramos atrás, con nostalgia.
Ocurre que ya no vivimos el presente, ni en el presente. No miramos hacia adelante sino que avanzamos de espaldas, mirando lo que dejamos, que ya no está ni estará.
Por suerte. Los cambios impiden precisamente que nos recojamos, nos recojamos en el pasado. La pérdida de referentes obliga a asumir unos nuevos. Inevitablemente tenemos que encarar el futuro, mirar hacia adelante, con la incertidumbre y la esperanza que lo desconocido acarrea. No podemos cerrar los ojos ni actuar sin pensar, como si lo diéramos todo por sabido y conocido.
Pero la novedad salvaguarda el recuerdo. El pasado no se contamina con el presente. Éste no le afecta. El pasado queda preservado para que podamos disfrutarlo tal como era, mejor de lo que era, pues el pasado se ha convertido en una imagen que disfrutamos como si de un espectáculo se tratara, olvidando por unas horas las taras, las exigencias y las necesidades del presente.
Para que podamos disfrutar del pasado -que es lo que causa el verdadero placer- el cambio es imprescindible. Nada del pasado debe sobrevivir en la realidad, fuera de nosotros . Solo así podremos gozar de lo que fue, de como recordamos lo que fue, embellecido por el tiempo y la nostalgia, sin verse confrontado y derrotado por el presente.
Y, quizá, si vivimos lo suficiente, podríamos disfrutar de nuevos recuerdos cuando el cambio vuelva a caer sobre un entorno del que nos habríamos acostumbrado y que hubiera dejado de sorprendernos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario