Aunque la palabra tribu designa y evoca a un grupo cerrado, vuelto sobre sí mismo, que posee unos signos de reconocimiento que solo los miembros conocen, lo que impide que ningún foráneo entre a formar parte de la tribu, quizá cuesta hoy discernir que tribu es una palabra de origen latino formada a partir de la cifra tres. Según cuenta la leyenda, tribu es el nombre que recibe la división de la población de la ciudad de Roma originaria en tres grupos enfrentados.
Tribu rima con división, escisión. La tribu pone el acento en lo que une a sus miembros, y en lo que la distingue del resto de las tribus; un palabra que evoca un corte -un tajo irreparable, que impide cualquier sutura, una herida permanente-, una falta de comunicación, que convierte a una población en un conjunto de enemigos, que los enfrenta.
Es cierto que, en latín, tribu también se traduce por masa. Pero es ente caso, la individualidad, lo que nos constituye en individuos, en seres singulares que nos reconocemos, sin embargo, como iguales, desaparece. Nos volvemos seres gregarios, sin personalidad, carne de cañón. Tribu, en este sentido, es despectivo. Todos los miembros son iguales porque no poseen rasgo alguno que los identifique. Todos pueden ser sustituidos. No importa quienes son. Peones, antes que seres, son manipulados en un tablero de juego en los que los que los manejan dominen sus diferencias y enfrentan sus ambiciones.
Tribu: una palabra denostada, sustituido por la de comunidad -de ciudadanos libres- que hoy vuelve a la carga fiera, salvajemente.
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