Fotos: Tocho, junio de 2025
Las reservas, almacenes o depósitos de los museos suelen ser espacios inaccesibles al público. Con condiciones ambientales y de seguridad exigentes contienen obras propiedad del museo que no forman parte de la colección permanentemente expuesta -ya sea porque tienen un interés menor o porque no casan con las obras expuestas o con lo que el museo quiere mostrar y contar. Las reservas: un mundo “otro”: durante años, hasta los años ochenta, en las reservas del museo nacional de arte catalán de Barcelona, se exigía llevar un casco, necesario, para recorrer los desvanes del museo atestados de obras apiladas como en una hoguera por entre las cuales volaban las palomas. Las reservas han sólido ser los cementerios de donaciones sin gran interés -aunque hoy los museos ya no están obligados a aceptar todo lo que se les ofrece. Cierta picaresca de artista ha consistido durante años en afirmar que se forma parte de la colección de un museo prestigioso solo porque se ha donado una obra que el museo nunca hubiera adquirido.
Desde que en los años ochenta el museo de artes decorativas de Viena dispuso sus obras en estanterías inaccesibles de manera que pudieran ser contempladas a través de rejas o de cristales, componiendo una gran torre de Babel, la conversión de los almacenes en un gran teatro atestado de obras, como en un columbario, un gran depósito de ofrendas, en espacios sombríos y controlados, que se suelen recorrer en silencio, se ha convertido en un hecho más o menos habitual y ofrece una “experiencia” o encuentro con obras desestimadas, relegadas, similar a la visita, siempre sobrecogedora, de un cementerio: un careo con condenados o figuras de otro mundo. El museo etnológico de Barcelona ofrece la posibilidad de un encuentro parecido: una experiencia hermosa y vagamente inquietante que casi siempre tiene lugar en una cripta.
El museo Boijman de Rotterdam acaba de dar un paso más e invertir los criterios. Las obras ya no se guardan en sótanos sino en las alturas. Las reservas ya no son la cara oculta y algo vergonzosa del museo -el retiro de las obras muertas, entre la residencia de ancianos, la cárcel y el velatorio-, la exhibición de las miserias, sino la cara mas visible y apreciada. La colección permanente deja de ser el único objeto de deseo. De hecho, el museo puede cerrar sin que las visitas se resientan. El almacén suple y reemplaza al museo cerrado (por reformas).
Es así como el almacén del museo holandés se alza como un ovni deslumbrante en el centro de la ciudad de Rotterdam: un edificio brillante, cerrado sobre sí mismo pero que atrae las miradas, que no encaja con el entorno sino que lo somete, y que, en su interior, se presenta como una traducción plástica del universo dantesco: un recorrido ascendente o descendente a través de pasarelas de vidrio, escaleras vertiginosa y ascensores transparentes que convierten el depósito en un gran teatro del mundo tan fascinante como inútil en el que se juega a adivinar qué encierran ciertas estancias que se descubren a través de los cristales, las reservas de las reservas, los últimos espacios vetados, los sancta santorum sumidos en la oscuridad: obras de todas las culturas y las épocas -Holanda fue una potencia colonial-, cuadros, tallas, arte decorativo (vidrio, cerámica, metales….), mágico, sagrado…. Hasta las caras más ocultas poseen una trastienda.




































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